domingo, 24 de febrero de 2008

¡Viva Buñuel!... Pero no en el Cervantes

Estuvimos en la Berlinale, como cada año, tal vez porque es el único remanso de nosotros mismos que aún nos queda. Y de ella quiero contar alguna cosa en otro momento, tal vez en otro lugar. Pero por ahora, dada esa urgencia del espíritu que provoca la vergüenza (no sé si aquí es propia o ajena), me concentro en engrosar esa categoría recién creada en Antropofagia para lo patético.

Terminado el evento, el lunes antes de volver a casa, quisimos regalarnos aún con un paseo por los Hackeschen Höffe, un picoteo en un local que resultó tener auténtica cocina moderna española y una visita a la exposición que ofrecía el Instituto Cervantes sobre Gabriel Figueroa, fotógrafo y camarógrafo mejicano que trabajó con muchos de los grandes directores de cine, Buñuel entre ellos. Conviene señalar aquí que la Berlinale ha dedicado este año su retrospectiva al director de El ángel exterminador y que el Instituto Cervantes de Berlín se ha sumado al homenaje con una serie de actos -incluido el que me ocupa- reunidos bajo el título general de "¡Viva Buñuel!

¿Cómo no disfrutar con esas cuarenta fotos (fotogramas en realidad) de contrastes imposibles, de perfiles demoledores, de retratos despiadados, de simbolismo contenido, de blanco y negro inacabables? Pues muy fácil: dejando al Cervantes organizar la exposición. Imagínense la situación: Las fotografías estaban fijadas en las paredes de una sala de conferencias, cuyo espacio no había sido remodelado para responder a las necesidades de la exposición. Las filas de sillas sugerían un acto fracasado, una conferencia interrumpida por falta de público, un encuentro suspendido e impedían con su presencia toda sensación de lugar habitado o de espacio de reflexion o de invitación a la mirada. Los focos herían desde el techo directamente la superficie de cristal de las imágenes, produciendo mil reflejos, que el afanado observador debía evitar inclinándose, apartándose, dando pasitos a izquierda o derecha, en una danza extraña, que lo llevaba siempre a la postura absurda, a la mirada sesgada, a la contemplación parcial. Por si todo esto parece a alguien insuficiente, la mayor desesperación la producía una simpática joven a la que habían situado a una mesa en un lado de la sala. No sé realmente si su función era vigilar los cuadros (me habría podido llevar un par de ellos sin problemas) o atender al público (no se puede decir que tuviera una actitud muy servicial) o si estaba allí porque algún pez gordo se había quedado con su despacho. Sólo puedo contar lo que hacía: comía un bocadillo, se limpiaba los intersticios de los dientes (más o menos disimuladamente) con la uña y veía mientras tanto una película en un ordenador portátil. Lo más vergonzoso es que ni siquiera se había tomado la molestia de llevarse unos auriculares, así que las conversaciones, la música, los gritos y las algarabías de la banda sonora rebotaban sin misericordia en las paredes de la sala y atormentaban los oídos del público paciente.

Me quedé con esos sombreros charros amontonados al pie de un muro encalado, con esa nariz inigualable de María Félix, con el flequillo desafiante del Jaibo de Los Olvidados (1950) y me llevé (por descontado) una foto de la señorita del bocata y la pinícula. Hela.


miércoles, 20 de febrero de 2008

Patéticos


Tiene que venir un personajillo patético a sacarme de mi letargo de principios de año. Sí, ya me acusan los buenos amigos de abandono, justo al tiempo que las primeras telarañas hacen su aparición en Antropofagia Petrarquista. ¿Sin tiempo para escribir? Sin tiempo para muchas cosas. Con tiempo para casi nada. Qué desgracia ésta de ser proverbialmente ineficiente. Sin embargo, la bondad de lo patético reside precisamente en que lo saca a uno de su estado de letargo por la vía rápida del escalofrío por vergüenza ajena.

Aparece así en este santo blog de visitas por milagro un comentario de Jorge, un muchacho talentoso y nada cutre (piensa él) pero que no lee -no lee ni los letreros de las puertas de las letrinas, esto hay que admitirlo. El comentario no comenta nada, sino que reproduce una pieza literaria de tal valía, que me he sentido en la obligación de borrarlo para evitar la destrucción masiva de célula gris entre mis escasos pero fieles lectores. No obstante, no logro substraerme a una mínima cita del comienzo (ya saben, los comienzos memorables de las grandes novelas como aquello de "Muchos años después, ante el pelotón de fusilamiento" etc.) para dejar constancia de la calidad literaria que aquí se entierra (¿o se dice "se encierra"?):

Quedé en casa de una amiga.
Una chica desequilibrada y enfermizamente delgada.
Su casa es un lugar que desanima.
Huele mal,
Y esta adornada con muebles que abandona la gente al lado de los contenedores.
No estoy seguro pero creo que es lesbiana.
Aun asi pienso que quiere acostarse conmigo.
Pero yo iba con una idea perversa digna de un cuadro patologico de primer orden.
No queria acostarme con ella.
Queria desearla.

¿Es necesario más análisis? ¿Se precisa acaso una exégesis pragmalingüística del texto? ¡No, hombre! Es de cajón: que le den el Planeta a don Jorge No Lee. Es en cualquier caso la única esperanza de que deje de dar el tostón por la cybercosa. Sería sin duda el Planeta mejor concedido de la historia del propio premio.

En fin, esta clase de personajillos, que a mí me sacan del muermo invernal, le sirven por un lado a JSS para demostrar que el surrealismo existe y por otro a mí mismo para iniciar una nueva sección de Antropofagia que llamaré genéricamente "Patéticos". Tengo la sensación algo sorda de que va a salirnos muy nutridita.