lunes, 20 de agosto de 2007

La lógica de los idiotas

Hace ya unos cuantos años. Vivíamos en Madrid. Mi novia llegó un día a casa y me dijo que los españoles no sabíamos conducir en las glorietas (ahora se llaman rotondas), que nos saltábamos sus carriles con ojos vidriosos y sin pestañear, tanto para acceder a ellas como para dejarlas. Semejante cosa. Yo no lo había advertido nunca, probablemente porque para mí pertenecía a la normalidad de cada día, pero pude comprobarlo una y otra vez. Tenía razón. A ningún madrileño (probablemente a ningún español) se le ocurre que debe pasarse al carril derecho de la glorieta para abandonarla. Al revés también funciona: ningún español parece estar dispuesto a circular por el carril derecho de una glorieta si no es para salir de ella. Unos días después, sentado como pasajero en el coche de mi novia, comprobé que se había adaptado a la nueva situación y que se lanzaba como kamikaze por las glorietas cruzando impávida los carriles en armonía con los otros conductores. Todo bien, por tanto. Da igual de qué hablemos (estados, empresas...), siempre hay normas escritas y normas consuetudinarias, que desde luego no coinciden. Por supuesto resulta divertido establecer comparaciones. Hace menos tiempo me encontré en la revista de la ADAC con un tipo especial de glorieta que llaman la "rotonda mágica" y que se puede encontrar en algunas poblaciones británicas. Como se puede ver en la imagen, se trata de una "metarrotonda", de una rotonda de rotondas. Con un poco de maldad, me gustaría colocar a una docena de conductores españoles en esa glorieta, para ver su comportamiento; pero no lo haré: ¡pobres farolas!

Sin embargo, dando dos vueltas de tuerca más a esta historia, me adentro en ese terreno que es la lógica de los idiotas. Veamos.


Primera vuelta de tuerca. Hará cuatro o cinco años, durante una estancia en Madrid, leía con curiosidad las cartas al director de un periódico que por desgracia no he conservado. Entre ellas descollaba por su sinceridad la de un taxista de pro. El hombre se quejaba de los coches de autoescuela, que circulaban en las glorietas por el carril de la derecha y le impedían acceder a la salida que el quería tomar proveniente del segundo o tercer carril. El trabajador del volante confesaba que tenía más de treinta años de carnet de conducir, pero que ignoraba lo que prescriben las leyes de circulación acerca de cómo se debe conducir por una "rotonda" (no especificaba si lo de "ceder la derecha" le sonaba o no). Su posición era que esos treinta años había venido circulando en las glorietas como Dios le daba a entender, o sea, soplándose los carriles como si nada, y que nunca había tenido un accidente. Según su opinión esos coches de autoescuela con su manía de ir por la derecha representaban un peligro inaceptable. Ergo (y aquí viene la guinda a este pastel de lógica de idiotas), si es que lo estaban haciendo conforme a la ley (lo cual es esperable, pues en los coches de autoescuela suele ir sentando un profesor que sabe de estas cosillas...), lo más aconsejable era cambiar esa ley nefasta. Nadie me negará que la lógica es aplastante.


Segunda vuelta de tuerca. Unos días veraniegos en España me han llevado a la costa levantina. Tal vez haya olvidado las normas no escritas de las carreteras españolas... o tal vez es que ya no quiero respetar éstas, sino las escritas. El caso es que allí me ha dado por circular por las glorietas conforme a la ley (escrita). Tal vez fuera un experimento, no sé decirlo con certeza, el caso es que con ello he provocado algunas situaciones complicadas. En una de ellas los ocupantes de una furgoneta me recriminaban que no hubiera tomado la primera salida una vez situado en el carril derecho, como ellos esperaban y hubieran necesitado para poder girar ellos también desde el segundo carril. A mis gestos de "yo voy por mi derecha" respondieron con el requirimiento (también gestual, pero fácil de entender) de que por lo menos usara el intermitente (¡el de la izquierda!) para avisar de que no pensaba salir. Muy interesante. Después pude comprobar que otros conductores que, como yo, habían caído en la deshonra de conducir por la derecha en la misma situación, encendían efectivamente con timidez el intermitente izquierdo para avisar a los demás de que no pensaban salir de la plazoleta. Si uno se acoge a la lógica de los idiotas, el requisito de usar el intermitente para avisar de que no se va a hacer ninguna maniobra se llena sin duda de sentido.


No sé si esto puede servir de colofón, pero no deja de ser interesante comprobar que el pensamiento idiota se organiza en una estructura de red que no parece diferir mucho del (llamémoslo así) inteligente y cuyas conexiones obedecen también a una lógica que tal vez incluso sea posible determinar: la lógica de los idiotas. Probablemente esta conclusión no sea en absoluto sorprendente, puesto que los idiotas y los inteligentes son los mismos. Personalmente tengo la sensación de ser un idiota el ochenta por ciento del tiempo que no duermo.