viernes, 12 de octubre de 2007

La épica de la lengua (please for tobacco it warns the waiter)

Las lenguas tienen indudablemente su épica y alguien debería cantarla con voz de juglar o de payador. Esa épica se confunde con la misma historia -una historia cotidiana, una intrahistoria primordial- de la gente que la usa y la moldea. En estos días en que se discute acaloradamente y con no poca mala sangre si pertenece o no la lengua española también a la cultura catalana, que es invitada de honor en la feria del libro de Frankfurt, conviene recordar que no son personas prominentes ni instituciones excelsas quienes tienen derechos sobre las lenguas, sino sólo sus hablantes, a los que en su mayoría poco les importan estas discusiones espúreas. Ellos emplean las lenguas (sí, normalmente más de una) para explicarse el mundo y construirse su espacio vital. Me di cuenta hace poco, visitando a mi hermano en una pequeña población de Almería, donde el turismo ha llegado... con mesura. Vecina a su casa hay una tienda que, frente al comercio especializado y la proliferación del "todo a cien" de otras latitudes, tuvo que definir su negocio conforme a las necesidades de su clientela más cercana: ese local de pocos metros cuadrados en el que hay de todo, absolutamente de todo, entendiendo ese "todo" como aquello que una familia puede necesitar en la vida diaria: de la sartén a las zapatillas, de la aceitera al juguete para el niño, del helado de palo a la barrita de pan candeal. Y todo de última generación, tal como la dueña y asesora comercial proclama: "esto es lo que se lleva ahora". Atención a la concepción técnico-comercial: el local se define, según rezan el cartel y la inscripción del toldo, como "Novedades Patri" con la especialización en "Multiprecio". Que aprenda el marketing de la Segunda Modernidad".

Pues sí, la gente habla y escribe. Lo hace para comunicarse, para decir y contar, para avisar o conminar, para informar o entretener. Y se vale de su lengua o de las que necesite para que la parroquia se percate, sin mayores remilgos sobre si esta preposición o esta conjunción es mía, tuya o de aquél. En un bar y restaurante del puerto de Calpe había que explicar al personal (y éste es muy variopinto) cómo obtener tabaco de la máquina. Pues bien palabra aquí palabra allá, a saber si obtenidas del diccionario o de un traductor en línea -que para el progreso nunca es tarde- ahí estaban, como caballeros de novela entre la floresta del papel blanco, las cuatro sentencias admonitorias en cuatro lenguas indoeuropeas: "Para tabaco avise al camarero por favor. Please for tobacco it warns the waiter. S'il vous plaît pour tabac avertissez le garçon de cafe. Bitte für tabak warnen den Kellner". Así de sencilla es la cosa, que para cada problema hay siempre una solución. De hecho me pareció admirable cómo otros restaurantes que se extendían por el muelle habían solucionado el peliagudo asunto de la carta. ¿Usted es capaz de explicar en un lenguaje razonable lo que es una parrillada de marisco? ¿Se atreve alguien a traducir con garantías de éxito comunicativo conceptos como quisquilla, camarón, nécora o centollo al alemán, al inglés o al checo, pongamos por caso? ¿No? Pues mira, te empaqueto el menú en carne y caparazón, le doy una manita de barniz para que no se note tan rápidamente el paso del tiempo (que todo lo echa a perder) y lo expongo a toda luz y con orgullo a mostrador abierto . No son las palabras: son las cosas.

La épica de la lengua transforma su uso cotidiano en poesía y el mestizaje de los idiomas en redescubrimiento. Nos tuvimos que quitar el cráneo sencillamente -hablo en plural porque fue mi mujer quien me puso sobre la pista- ante el cartel luminoso de un restaurante del viejo Alicante. La hibridación es suculenta: se llama "El panal de las abejas" (más internacionalidad no cabe, pues abejas tendrá que haber en todas partes, supone uno) y se describe a sí mismo como restaurante típico mejicano y español (lo cual no es poco tipismo). Por si quedan dudas respecto a la localización geográfica del arte culinaria (y de paso quizá acerca del origen de la familia) se subraya la cosa con un "mediterranean cussine". ¿Falta algo? Por supuesto, la denominación lateral "California", a cuya hermenéutica aún no me he entregado. Ahí están las abejitas, haciendo gala ya de pala y regadera, ya de sombrero y copazo o de trapo rojo y montera, afirmando su carácter y tiñéndolo de nación y de costumbrismo.

Me van a decir que peco de contracultural y antipurista. Pero no, no se piense. Yo creo en la corrección, en la elegancia y en el canon, qué duda cabe. Pero no confundamos, porque tampoco la función reguladora pertenece a ninguna figura señera ni empolvada academia. Ahí está el ciudadano de a pie, el esforzado miembro anónimo de la comunidad, que es el que se puede pegar el lujo de plantear y dirigir la discusión sobre cuanta cuestión lingüística sea preciso dirimir. Así lo comprendí en otro pueblo pesquero de Almería, en el que por cierto tuve por primera vez el placer de degustar un Pez de San Pedro (curioso bichejo que tuvo la desfachatez de querer engullir una moneda que se le había caído al primer Papa en las aguas del mar de Galilea. El santó lo sujetó con los dedos por el dorso para evitar el dolo y ahí lo dejó, marcadito para siempre). Fue el caso que un viandante, bolígrafo en ristre, se había tomado la molestia de amonestar con dulzura a otro vecino, propietario él y poco amigo de los diptongos. El uno había escrito "Se alquila piso totalmente amoblado". Y el otro, protector del idioma (dejemos ahora de lado su desapego al acento), haciendo gala de delicadeza inigualable, lejos de tacharle el error, se lo había puesto entre comillas, apostillando con gracia: "tú si que estas amoblado".









A mí me parece muy bien que los escritores edifiquen la cultura con la lengua. Los demás somos los currantes, los paletas del idioma. Ponemos ladrillos y los unimos con argamasa. Y si quedan huecos, pues hay que dar salivilla de cuco, que pega mucho. Bonito no será, pero aguanta cantidá. El marxista ortodoxo diría: la lengua para el que la trabaja.

Y esa es la épica cotidiana, desde luego.