viernes, 14 de diciembre de 2007

Soy un cutre

En realidad soy un cutre. Sí, así es, si escribo entradas sobre filósofos franceses posmodernos es sólo para despistar, porque en el fondo de mi alma lo que de verdad me arrastra es lo cutre, lo prosaico, la masa informe, el olor a vinazo (o a cervezazo, más frecuentemente) el perfume Ô de Axilé, la currywurst en bandejilla de cartón, en fin. Éste era el ambiente hace un par de semanas en el Supercross de Chemnitz (internacional él, oiga). Por allí andaba el macarreo sano de pueblo de mil habitantes: mucha gorrita de visera, chupa globera de aviador, mucho pantalón de cremalleras y zapatos con chapas rematadas, mucho piercing y corte de pelo listado; igualmente mucha Tussi de pelo cardado y maquillaje circense, botas de madam SM y uñas de chinarro maloso en una peli de James Bond. Sin embargo también andaban por allí las familias con padre cincuentón que luce coletilla con gomita de colores, madre peinada a lo Mrs. Ropper y ataviada con chubasquero fosforito, y niño zampabollos enamorado de su salchichita vienesa nadando en salsa rot-weiß dentro de la bandejilla de cartón. Estos son tus vecinos, amigo, la gente que va a currar todos los días, paga sus impuestos y va a votar cuando hay comicios; pero tú no te enteras, encerrado en tu alma mater de marfil.

Por eso me alegré tanto cuando mi santa me regaló las entradas por mi cumpleaños. Por eso y por una nostalgia de Montesa que tengo atravesada desde hace años en los ijares -habré de escribir sobre esto algún día- y que no sé como guardarla ni alimentarla, pues en sacármela ni pienso... La música atronaba los oídos, los efectos de luz maceraban el fondo del ojo, olía a ricino y a petardazo de corte del encendido, los escapes retumbaban en nuestros pechos, los pilotos con sus máquinas, buscando el límite, sobrecogían nuestros sentidos.

Ya lo sé, todo esto no es muy intelectual, pero precisamente: tiene más raza y más ácido desoxirribonucleico que todo lo que hago normalmente. Fue muy divertido.

Y para muestra un botón: aquí van algunas imágenes tomadas por un amigo que también se permitió este baño biopolimérico.




lunes, 10 de diciembre de 2007

La vida es un tango

A qué negarlo: los gatos no me son especialmente simpáticos. No obstante, éstos se habían ganado mi respeto y simpatía, acaso por buenos vecinos o simplemente por ser el entretenimiento de esa persona entrañable que es Frau Klein. Por eso escribí sobre ellos en este blog. Ahora sólo queda Herr Müller.

Hace un par de días me encontré a mi amiga y me contó sobre la muerte inopinada de Mietzi en las fauces de un perro cuya correa resultó ser demasiado larga (y cuya dueña se mostró demasiado lenta en reaccionar). Una amiga de Frau Klein consiguió incluso convencer a su hijo para que llevara a la gata malherida a la veterinaria, quien sin embargo no pudo salvar su vida. El cuerpo de Mietzi descansa ya en una tumba costeada por mi anciana vecina en un cementerio para animales que se acuesta en la ladera de una colina cercana a la ciudad. La factura de la veterinaria irá a parar, me dice Frau Klein, al buzón de la dueña del chucho.

Yo quise escribir aquí sobre esta pareja de gatos nobles de barrio como quien hace una crónica costumbrista, con ojo de escritor decimonónico y sonrisa de beato. Quién se iba a imaginar que esa gata que ya arrastraba tantos años por nuestra calle no iba a tener el final pacífico que se merecía, sino uno violento y desgarrado. Mi cuadro costumbrista se convierte en drama de lo cotidiano. Frau Klein sonríe con amargura, le da palique a mi hijo para olvidarse de lo ocurrido y se va hacia su portal defendiéndose con echarpe y algodón en el oído del invierno, de este invierno que no acaba de llegar sino a rachas y que sin embargo está a punto de sacarnos de quicio a todos. Y es que, pobre Mietzi, la vida es un tango.